La belleza siempre me ha cautivado. Me atraen los matices y los pequeños detalles, desde la elegancia barroca hasta la pureza del minimalismo o el sutil encanto del romanticismo francés. Pero creo que cada estilo tiene su espacio, y prefiero la armonía a la mezcla sin rumbo.
Disfruto de los placeres simples: andar descalzo por la arena de la playa, comprarle flores a mi chica, deslizarme sobre las olas al amanecer y cerrar el domingo con una copa de vino tinto. Me gusta el orden, los espacios bien cuidados, cada cosa en su sitio. Mi despacho debe estar impecable, una vela de toffee encendida, y mi café caliente encima del escritorio.
Son esos detalles los que marcan la diferencia en lo cotidiano. Pero también hay un lado relajado en mí. Pasear por la playa un domingo por la mañana con gafas de sol, compartir un aperitivo con amigos en una terraza, soltar carcajadas que se sienten como terapia. Me gusta charlar en inglés con desconocidos y, sobre todo, disfrutar de la calidez del cariño. Para mí, cada elección tiene un sentido. Al final, lo que busco es un equilibrio perfecto entre estética, placer y armonía.